Por Lic. Cecilia Rodríguez Casey
Somos seres racionales y emocionales. Pero… ¿Qué prima y qué obstaculiza frente a la dificultad que todos experimentamos al querer arraigar una nueva conducta o desarmar alguna costumbre que no nos beneficia? ¿Es suficiente con tomar la decisión? ¿Cómo acompañan las emociones a esa racionalidad que nos lleva, mediante la lógica, a elegir el camino que sabemos es el correcto pero, por algún motivo, volvemos atrás? Todas estas preguntas y muchas más nos hacemos toda vez que comprobamos lo difícil que es el cambio humano.
Analicemos algunos componentes…
- La motivación como motor para el cambio es imprescindible. Nadie realiza un cambio sustancial si no está interesado o comprometido para lograrlo. No debemos confundir motivación con las ganas o el entusiasmo que en un día determinado sentimos y al otro día puede esfumarse. La motivación, como motivo y propósito, nos lleva a un objetivo y a delinear un plan. Un para qué interior que solo nosotros podemos responder mediante la reflexión y la conexión con nuestro ser.
- Tener en claro qué es lo que quiero cambiar y poder precisarlo, en términos bien concretos, es un buen primer paso. Por ejemplo: “Quiero comenzar a hacer ejercicio físico en forma regular”.
- Reflexionar sobre los obstáculos, excusas o impedimentos que hasta el momento complicaron concretar esa meta. Este punto es esencial para corregir el cómo lograr ese objetivo o no cometer los mismos errores. Si en ocasiones anteriores me anotaba en un gimnasio lejos de mi casa o costoso y por alguno de esos motivos no lo sostuve, será útil pensar alternativas.
- Descubrir, a partir de una mirada interior, que apunte al autoconocimiento y al autodesarrollo, qué estrategias me han resultado en el pasado para lograr esa u otras metas. Si observo que me agrada el aire libre y disfruto la vida social, quizás sea hora de probar sumarme a algún grupo de caminatas o bicicleta, o alguna danza que me agrade al aire libre.
- Saber que en los procesos de cambio hay avances y retrocesos. Será importante descubrir que un paso atrás o detenerse en el camino no significa un fracaso ni mucho menos volver al inicio, como en el juego de la oca.
El camino recorrido es válido, implica haber atravesado un proceso, aunque no hayamos alcanzado aún la meta deseada. Siempre se puede volver a empezar desde el escalón que logramos ya subir. Sin embargo, debemos para eso ser benevolentes y pacientes con nosotros mismos, para darnos el permiso de volver a intentarlo una y otra vez.
Este es el principal obstáculo, que desde mi experiencia profesional observo y considero urgente trabajar, ya que cuando empezamos a percibir que “no podemos” o “es mucho esfuerzo” y que “quizás no valió la pena” generamos pensamientos negativos, baja nuestra autoestima y aumenta la ansiedad. Todos enemigos de la seguridad, la calma y la autodeterminación que requiere iniciar un proceso de cambio con compromiso, a veces complejo e incierto, como la vida en estos tiempos.