¿Cuántas etiquetas marcaron nuestras vidas? ¿Cuántas etiquetas hemos puesto a otros clasificando, estigmatizando y caratulando con la frase “sos así” o “naciste así”? ¿Cómo seríamos sin valoraciones positivas como “sos el más inteligente” o negativas como “no servís para los deportes” que suelen cerrar oportunidades?
Si hoy sabemos que la personalidad es dinámica, que podemos transformarnos a partir de la motivación, el cambio de hábitos y el entrenamiento de habilidades y competencias, ¿por qué seguimos poniendo sellos indelebles? Si nuestro cerebro aprende haciendo y el potencial de desarrollo está en las manos de quien tenga sed de desafíos y aprendizaje, es hora de cambiar nuestra forma de decir y frasear algunas opiniones, críticas o sugerencias.
Si el lenguaje nos construye desde que nacemos, tratemos de cuidar y ser prudentes con lo que nos decimos a nosotros mismos y lo que le transmitimos a los demás sobre sus capacidades y potencialidades. Evitemos los “nunca-jamás”.
Cambiar nuestras frases y relatos cambiará nuestra perspectiva.
Asumir la duda, la incertidumbre y la vulnerabilidad es parte de esta transformación. El mundo complejo e incierto que habitamos nos suele dejar al desnudo sin pedir permiso. No es compatible con sellos clasificatorios e inamovibles sobre las personas.
Dejemos las etiquetas para los productos en las góndolas de los supermercados.
La invitación es trabajar a fondo sobre nuestras creencias y desafiarlas para lograr un cambio profundo desde el rol que nos toque a cada uno.
Sumemos oportunidades de cambio y restemos malestar al creer que los demás o nosotros somos y seremos siempre de una única manera.