Durante estos meses, en sesiones de orientación de carrera, irrumpe en algún momento la reflexión sobre las pérdidas y las postergaciones que esta “nueva normalidad” nos ha impuesto. ¿Y qué hago ahora? ¿Cómo continúo mi búsqueda? ¿Qué pasará con la beca que obtuve para cursas el máster en España si este año no puedo viajar? ¿Cómo hago para invertir en el equipamiento que necesito para trabajar si han disminuido mis ingresos? ¿Qué me conviene hacer con la oficina que acabo de inaugurar e implica gastos fijos elevados?
En cada historia, se configuran micro duelos que obligan a repensar los proyectos, que como consecuencia del efecto dominó provocado por las condiciones del contexto hacen caer y reacomodar las piezas, generando nuevos escenarios y resignificando el manejo y la percepción del tiempo.
El profesional orientador tampoco tiene certezas ni respuestas. No somos observadores neutrales sino protagonistas también de la tormenta. Esta situación nos afectó y tuvimos que reconstruirnos con rapidez, en medio del oleaje, para estar en condiciones de ayudar a otros.
Nuestro rol es ser facilitadores de la construcción de alternativas: primero mentales, luego prácticas. Ayudamos a la generación de nuevas preguntas que permitan descubrir otras metas posibles y significativas para cada persona en el aquí y ahora. En ocasiones visualizamos, en el proceso de exploración, el esbozo de nuevos objetivos, que muchas veces se transforman en planes y en acciones profesionales concretas. Se recupera el entusiasmo, la motivación y la esperanza. Y desde nuestro rol de orientadores, somos testigos de los cimientos que anuncian un nuevo propósito.
Lic. Cecilia Rodríguez Casey