Una de las lindas sensaciones de un nuevo año tiene que ver con la idea de algo que va a comenzar.
Y aquello que pueda incorporarse a nuestra vida, en gran medida, depende de nosotros. Para que las cosas sucedan es necesario darles entidad, objetivos. Es necesario darles espacio y tiempo. Esto pareciera realmente fácil si tuviéramos claridad respecto de lo que queremos lograr, nos sobrara tiempo y contáramos con el espacio ideal. Ni qué hablar de la voluntad y la disciplina necesarias para poner en marcha el andamiaje de nuestros futuros logros.
Antes de pensar en cualquier acción a futuro invitamos a revisar los objetivos que ya nos habíamos planteado y no cumplimos el año anterior.
¿Por qué hacerlo? Para poder diseñar los nuevos objetivos de manera realista. Revisar los que nos habíamos planteado y qué pasó con ellos para retomarlos, ajustarlos o simplemente dejarlos.
En esa mirada podemos descubrir que algo de lo que escribimos no era un objetivo, era un capricho, o nos propusimos un objetivo que no estaba de acuerdo a nuestras posibilidades, por ejemplo, rendir un examen de idioma, en nivel 2 cuando nos quedaba por reforzar el nivel 1. Pudo ocurrir también que durante el transcurso del año cambiaran nuestras prioridades y eso nos hizo perder interés.
Y entonces, ¿Cómo pensar el nuevo año dibujando las metas que deseamos alcanzar?
Sugerimos tomar papel y lápiz, para poder borrar y volver a escribir de tal manera que lo escrito exprese lo más cercano a lo que queremos lograr con criterios de realidad y accesibilidad y no solamente una expresión de deseo.
Por ejemplo: Si la meta del año es alcanzar bienestar, uno de los caminos es el cuidado de nuestra salud y uno de los aspectos la alimentación. SI este fue un objetivo que no logré el año anterior ¿qué ocurrió? ¿Me cansé de hacer dieta? ¿La dieta era la correcta? ¿Hubiera necesitado algún tipo de apoyo, por ejemplo, una nutricionista o un grupo de personas que estuviera con el mismo objetivo?
Identificar dificultades para poner algo en marcha también nos permite proyectar el camino sabiendo de las dificultades.
Es importante darle forma a lo que deseamos, es esta la manera en la que comienzan a plasmarse los objetivos. Para ponerlos en marcha y sostenerlos es necesario recordar nuestra intención y trabajar por ello.
En el ejemplo que mencionamos dijimos que la meta es el bienestar y alcanzar esta meta es llegar a donde nos lo habíamos propuesto.
Nos proyectamos hacia un lugar mejor y lo iluminamos cada vez que nos orientamos hacia ello.
Constancia para mantenerse enfocados es una de las claves en el desarrollo de este proceso. La otra es ser cuidadosos con la cantidad de desafíos que nos proponemos.
Quizá no más de dos pero lo suficientemente significativos como para que nos impulsen a crecer.